lunes, 15 de diciembre de 2008

Con los ojos abiertos.

Está anocheciendo y por fin tu silueta aparece delante de mí. Una vez más, lo primero en lo que me fijo es en tus ojos, tu principal arma de mujer. Aunque el Sol cae lentamente por detrás de tu espalda, puedo ver que siguen igual de verdes y de grandes que la última vez. Por un momento me paro a pensar, el día que se vuelvan grises yo me consumiré a la vez que una cerilla, la misma que se hubiera arrimado a ellos.

Ya lo sabes, no puedo evitar pasar mi mano por tu pelo. Me encanta acariciar tu cabello corto de hoja perenne. Hoy el cielo está despejado, pero cuando llueve también me gusta mirar como las gotas van resbalando una a una hasta caer al suelo. Te coloco el pelo por detrás de las orejas, esas por las que oyes cada día el correr del agua, los cantos de los pajaros o la berrea de los venados en celo.

Tus labios son la puerta de unas palabras que sólo tú utilizas y que están adornadas con un gracejo natural propio de quienes están contigo; el acento naveño. Cuando susurras a centímetros de mi oído no quiero despertar de un sueño de esos en los que estoy con los ojos abiertos. Me explico, tu voz característica obliga a mi mente a desconectar del mundo, de todo menos de ti. Y repito, esta vez con los ojos abiertos.
Por un instante me separo de ti, lo que me permite observar que no has cambiado tu estilo: descuidado pero elegante. Perdona que arrime mi cabeza a tu pecho, desde donde puedo escuchar el latir de tu corazón. Según se va haciendo de noche las pulsaciones se van acelerando; es lo que tiene mantenerse sana. Desde esta posición puedo oler tu aroma a jara, lo que siempre me tranquiliza; todo sigue normal en ti.

Uno de los vicios a los que estoy más enganchado es al de pasear por tu cuerpo. Un contorno lleno de curvas perfectas y preciosas montañas y que miro casi siempre desde mis prismáticos marca Imaginación, que no se venden en el mercado. Pero esta tarde no, simplemente porque te tengo delante. Recorrer los mil caminos de tu piel, tanto a pie como con la vista, me da la oportunidad de descubrir decenas de historias y leyendas sobre ti.

Cuentan las páginas de los libros que reyes y conquistadores te conocieron, que importantes batallas se fraguaron allí donde tú estabas. También, dicen las bocas de las personas que más han vivido que tienes un tesoro en tu interior y que estás unida al mar. Yo sé que esto no es verdad, pero también sé que esas cicatrices tapadas por tu ropa me indican que un día buceaste bajo el océano.

Este verano te dije que dejaría las exploraciones para cuando tuviera más tiempo. A fecha de hoy, los días y las noches, sobre todo éstas, siguen durando menos que en otros sitios, por lo que he pensado que podemos disfrutar juntos, porque aunque tu presencia denote cansancio, tu alma es joven y está dispuesta a trasnochar con mi gente y conmigo.

Tienes que saber que hablo de ti a personas que no conoces, pero ellos si quieren hacer lo propio. Además, les he enseñado fotos y vídeos tuyos. Sólo espero que a la larga no te pase factura que te visite mucha gente. Eso sí, ten por seguro que estaré cerca de ti para cuidarte y para que te sientas más querida aún.

Hoy domingo han pasado un par de días desde que te vine a ver y ya te tengo que decir adiós, mejor dicho, hasta pronto. Intentaré soñar contigo esta y todas las noches, pero antes contaré los minutos que faltan para volver a verte. Y es que creo que me estoy enamorando de ti, Navatrasierra; de tu belleza exterior e interior. De lo que estoy seguro es de que te echaré de menos desde el momento en el que apoye la cabeza en la ventanilla de un coche que rodará a ritmo de caravana en una tarde con sabor a fútbol, pero sólo hasta que sueñe con los ojos cerrados.

Luis Valladares Garvín. Periódico Nuestra Nava. Nº 6, diciembre 2008.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Solo magnifico...
Dro.